lunes, 22 de mayo de 2017

"Los Otros" (Apuntes sobre el Neoliberalismo)

     "Los Otros" es el título de una película de producción anglo-hispana filmada en 2001, dirigida por Alejandro Amenábar y protagonizada por Nicole Kidman (The Others), cuyo argumento puede equipararse con una analogía de la realidad que ha vivido el mundo occidental desde el nacimiento del neoliberalismo hasta hoy, cuando se ha decretado su muerte por la vía democrática con el Brexit en la Gran Bretaña y con la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos.
     El argumento de la película se centra en la vida de una familia con dos hijos pequeños, que espera el regreso del padre de la Segunda Guerra Mundial, en la que los niños sufren una extraña enfermedad que no les permite tener contacto con la luz solar. A lo largo del film la madre y los hijos van descubriendo la presencia de fantasmas en su casa a quienes llaman "los otros" y a quienes pueden percibir, e incluso ver, aunque sólo en contadas ocasiones. El desenlace revela que "los otros" son en realidad los que sí existen como seres vivos, y es la familia quien existe solamente como espíritus habitando la casa; es decir, "los otros" son en realidad ellos, los que pensaban que "los otros" eran los otros.
     En nuestra realidad social, el nacimiento oficial del neoliberalismo en 1979 (que tiene origen en las teorías económicas de Hayek y Buchanan), fue formalmente decretado en un discurso de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña, alegramente adoptado por Ronald Reagan y Alan Greenspan en los Estados Unidos, acompañados por Friedman y los Chicago Boys en el Reaganomics, para anunciar el surgimiento de un nuevo modelo, consistente en un proceso darwininao acelerado del desarrollo económico y social, que sustituyó a la relativa estabilidad keynesiana experimentada por el mundo occidental desde 1945 y hasta 1980.
     A partir de ese discurso la Señora Thatcher abolió la sociedad y el bienestar común como centro del interés económico y lo concentró, exclusivamente, en la competencia del mercado y el desarrollo individual como motor del avance de la humanidad, poniendo en práctica el principio económico smithsoniano de "laissez-fair", que incluye políticas de liberación económica, desregulación, libre comercio y reducción del gasto público, a fin de privilegiar en forma descontrolada la participación del sector privado en la economía y en la sociedad.
     Así, en aras de la libertad y del desarrollo individual y privado, se le entregó el gobierno del mundo a las empresas. Lo que no tomaron en cuenta es que la única obligación fundamental de las empresas es generar utilidades para sus accionistas, dentro de un marco legal. Teniendo las empresas el control del gobierno en sus manos, este marco legal lo establecen ellas mismas. Y amanecimos en un mundo en el que las corporaciones no tienen freno en su tarea de generar utilidades para sus accionistas. No importan el bienestar social, la ecología, la educación o los valores fundamentales; se enfocan en el mercado por medio del cual generan utilidades; en ser competitivos y financieramente eficientes. Como los escrúpulos no generan eficiencia financiera, en el camino pasan por encima de todo lo demás. No se les puede culpar; hacen lo que les toca hacer dentro de las reglas de juego que la misma sociedad estableció a través de sus gobiernos.

¿Cómo funciona el modelo?

     El modelo, como en cualquier sociedad mercantil con fines de lucro, persigue la eficiencia financiera por medio de la optimización de la producción y la creación de mercados.
     Para optimizar la producción las nuevas reglas permiten a las empresas hacerla más flexible; se puede escoger la ubicación geográfica más conveniente y la mano de obra más barata, gracias a la globalización de las regulaciones y a que los gobiernos no tienen los alcances para regular el mercado global en forma eficiente; las corporaciones operan multinacionalmente. De hecho, el concepto mano de obra se ha convertido en algo obsoleto para el modelo, sustituyéndose por la compra de paquetes de tiempo laboral proporcionados por las personas mejor calificadas para realizar el trabajo que venden a las corporaciones; es decir, las personas se han convertido en proveedores de servicios laborales para cuya realización deben preparase mejor que cualquier competidor potencial (las otras personas) y vender sus servicios al menor precio posible para ser contratados. Para el modelo, un trabajador no es un ser humano, con todo lo que esto implica, sino un servicio de proveeduría subcontratado que realiza eficientemente una función durante el mayor tiempo posible al menor costo que se pueda conseguir.
     Por otro lado, en la búsqueda de la eficiencia máxima de los mercados, las mercancías y servicios que se producen pierden su valor intrínseco pues las estrategias comerciales sofisticadas los han convertido en marcas, y son éstas, las marcas, las que concentran el mayor valor del precio de una mercancía o un servicio; en resumen, un automóvil no vale por la funcionalidad de transporte que representa, sino por la marca que ostenta; lo mismo una taza de café, una prenda de vestir, un servicio de transporte, etc. El desarrollo del modelo ha inflado el valor de las cosas a través de las marcas y las ha vuelto aspiracionales; los consumidores las anhelan.
     De tal suerte que el modelo despersonaliza al ser humano conceptualizándolo como: (a) un proveedor desechable de insumos al producto que se fabrica, o al servicio que se presta; y/o, (b) un consumidor de productos o servicios cuyo valor principal se concentra en las marcas.
     En resumen, las corporaciones logran la máxima eficiencia financiera pagando el mínimo posible por la fabricación de productos y servicios, cuyo valor no se encuentra tanto en él, como en la marca que ostenta, y cobra el mayor precio posible a consumidores ávidos de poseer la marca del producto; por ejemplo, a cambio de una bolsa de mano para mujer fabricada por indígenas mexicanas pagan 238 pesos, le incrustan una marca conocida internacionalmente y la venden al público, que se las arrebata, en 28 mil pesos. 
     De esta manera las corporaciones y sus accionistas concentran la mayor parte del capital utilizándolo, entre otras cosas, para asegurar la permanencia del modelo adquiriendo servicios de parte de los miembros de los gobiernos a cambio de apoyos para ganar elecciones, comprando otros servicios de parte de los medios de información, no solamente para seguir creando mercados, sino para continuar generando  en los individuos la necesidad de: (a) prepararse para la competencia contra los demás sin ningún escrúpulo; y, (b) la de anhelar la posesión ilimitada de marcas en todos los bienes y servicios que adquieren o consumen.
     A cambio, las corporaciones han inventado el concepto de "responsabilidad social corporativa" (CSR por sus siglas en inglés) que implica devolver "algo" de los beneficios que reciben de la sociedad y que no es más que una estrategia de relaciones públicas que utilizan para disfrazar su esencia depredadora ante la imagen pública, a cambio de gastar miserias financieras en obras raquíticas de ayuda social que, en un gran número de casos, no solamente no devuelven nada a la sociedad, sino que aprovechan para montar estrategias fiscales que les permitan evitar el pago de impuestos a los gobiernos, a través de financiar fundaciones por medio de las cuales reciben dinero del público, reportándolo como aportación de sus empresas (como ejemplo el "redondeo", el "teletón", etc.) y que sirven además para relevar a los gobiernos corruptos y saqueadores de una responsabilidad social que les correspondería cumplir, a partir de la redistribución de los ingresos que reciben por el pago de impuestos de sus ciudadanos.

Las consecuencias del modelo en la realidad

     En este escenario, los gobiernos van delegando cada vez más funciones en las corporaciones, incluso de aquellas que implican la seguridad social; se privatiza la educación, la salud, el acceso al agua, el transporte público, la ecología, la seguridad, etc., para hacer que todo sea negocio, y en el proceso van generándose habitantes desechables. Si una persona no es la mejor capacitada para hacer un trabajo al menor precio del mercado, o no cuenta con los medios para adquirir las marcas de los bienes o servicios que proporcionan las empresas, se convierte en un miembro prescindible de la sociedad, molesto hasta para la vista, y pasa a formar parte de "Los Otros"; los que "no existen" en la realidad creada por el modelo, sino en un universo paralelo que, en países poco desarrollados no tienen acceso siquiera a la seguridad social más elemental, y en países del primer mundo éste es limitado e insuficiente.
     En los últimos casi 40 años desde el lanzamiento del modelo, éste se ha desarrollado, ha florecido y funcionado para las corporaciones internacionales y para las empresas controladas por oligarquías locales que se han apoderado prácticamente de la totalidad de los activos de los países para crear los mercados; ha funcionado también para partidos políticos o grupos de gobernantes sin escrúpulos en todo el mundo, que han servido a los primeros como instrumentos para continuar el desarrollo  del modelo a cambio de comprar su permanencia en lo que ellos interpretan como "el poder", sin enterarse que el poder lo detentan, en realidad, aquellos que los corrompen, los mantienen ahí y los utilizan como peones en su juego de ajedrez creando kakistocracias (el gobierno de los peores) en todo el mundo: Las Corporaciones.
     La connotación enarbolada por el modelo implicaba el desarrollo del individuo y de la familia, desvinculados del resto de la sociedad, como entidades autónomas en la competencia contra los demás individuos y, teóricamente, en persecución de la perfección individual. Este concepto puede resultar una materia interesante de disertación filosófica, pero como ha quedado demostrado en la práctica de los últimos casi 40 años, es contrario a toda lógica natural en la que, desde los micro-organismos hasta las galaxias, existe un principio fundamental de interdependencia armónica indispensable para la preservación de la vida.
     De tal suerte, que el énfasis egocentralista de la teoría neoliberal logró despersonalizar al individuo y deshumanizarlo en el sentido más básico. En aras de la competencia fundamentalista con el desprecio del bien común se normalizó la violencia, la depredación, la corrupción y el desinterés en cualquier cosa que amenazara con estorbar la entrega absoluta del individuo a los brazos del modelo de mercado, representado por el deseo ilimitado de consumo de marcas y la automartirización para lograr la mayor calidad de trabajo al mínimo precio y en las condiciones más precarias posibles. La prioridad ha sido estar ahí y, de preferencia, sin que alguien más también lo esté, o lo esté por debajo o por detrás de mi; y si hay alguien arriba o adelante, buscar la forma de ponerlo abajo y atrás mediante la compra de "mejores" y más marcas, o lograr desbancarlo de su puesto bajando el precio de mi trabajo y aumentando su calidad, porque el bienestar de los demás, el bien común, no existe para el modelo; sólo el mío propio.
     Desde esta óptica, los patrimonios culturales, ecológicos, educativos, sociales, naturales y humanos, incluyendo entre otros la vida misma de los demás, no tienen ninguna relevancia a menos que pueda llegar a ser sujeto de explotación laboral o comercial por parte de los mercados, y como, en virtud de la eficiencia del sistema y al avance tecnológico, cada vez se requiere menos mano de obra para la "producción" de los espejismos representados por las marcas, cada vez también hay más gente sin trabajo y sin dinero suficiente para integrarse al modelo; gente que se va quedando fuera de los beneficios de la salud, la educación, la seguridad social o otros servicios que antes de 1980 eran considerados como "derechos" y que hoy, ya privatizados o en proceso de serlo, cada vez con más frecuencia se adquieren siendo pagados por el individuo que los requiere y no por el Estado que debería redistribuir y redireccionar el dinero público en busca del bien común.
     En conclusión, el modelo ha funcionado muy bien para los individuos más depredadores y con menos escrúpulos de las sociedades y relativamente bien, mientras puedan conservarse compitiendo, y hayan jugado con habilidad sus estrategias económicas, para una proporción de la población que ha optado por vivir en la práctica de un síndrome de ceguera y sordera selectivas, que no les permite tener que voltear a ver a los demás.

      Para vivir cómodamente en el modelo hay que practicar la pérdida de sensibilidad y de consciencia colectiva, porque se requiere no sentir nada y, en el mejor de los casos ni siquiera poner atención ante la miseria, la enfermedad, la violencia, la corrupción, la desgracia, el delito, el saqueo, la depredación y hasta la muerte violenta de los demás; siempre que la víctima no sea yo o mis seres muy cercanos. Si por error se llega a percibir algo de esto en nuestras vidas, el modelo nos da la excusa ideal para no sentir nada: Ellos, Los Otros, se lo buscaron; de alguna forma lo provocaron y atrajeron la desgracia sobre sí mismos; no son competitivos, o no fueron previsores, o no usan marcas, o andaban en algo turbio, etc.; la responsabilidad nunca es del conjunto de individuos que viven cómodamente en el modelo, sino de Los Otros.
    
Los Otros

     Junto con la depredación del medio ambiente, la extinción de especies animales, el saqueo ilimitado de los recursos naturales, la desaparición gradual de la educación pública gratuita, de la seguridad social, de la salud pública sin fines de lucro, de los patrimonios culturales y lingüísticos, etc., se ha llevado a cabo la producción en masa de cada vez más individuos sin acceso a la educación, al trabajo y al bienestar, como resultado de la aplicación del modelo neoliberal durante 4 décadas en el planeta, haciendo énfasis especial en el saqueo irresctricto e indiscriminado de los recursos de países que no están en el primer mundo de la geopolítica y de la geoeconomía, con la consecuente marginación, y en muchos casos, el exterminio esporádico y sistemático de grupos de personas desechables que, por una razón u otra, no encajan en los parámetros del modelo: Los Otros.
     Pero hoy después de casi 40 años de aplicación del modelo, como en el film de Amenábar, Los Otros han aparecido a los ojos de los habitantes del mundo neoliberal, detonando en ellos sorpresa, negación y miedo.
     Aparecieron para decir "aquí estamos y existimos"; de hecho, se hicieron presentes para cambiar el mundo de aquellos que pensaban que eran los de verdad y, aunque no completamente todavía, para que se den cuenta que en la realidad profunda de la humanidad, los verdaderos Otros son en realidad los habitantes del mundo neoliberal, como parodias de oligarcas devaluados anhelando su forma de vida superficial y vacía, los de utilería, los de mentiras, los productos pirata de la humanidad que viven en una realidad falsa, de plástico, de ilusión, imposible de sostener racionalmente.

     Se manifestaron precisamente en aquellos países donde nació el neoliberalismo votando en contra del sistema y venciéndolo, en el Reino Unido con el Brexit y en los Estados Unidos de América con el Trumpismo, pero ni en el primer caso lo hicieron solamente para desprender al Reino Unido de la Unión Europea, ni en el segundo para tener a Trump en la presidencia.
     En ambos casos lo hicieron para decirle a sus gobiernos que no tienen trabajo, que no tienen seguridad social, que no tienen educación para sus hijos, que no les interesa cambiar eso por ropa de marcas y que quieren que sus impuestos se utilicen para darles servicios a los que tienen derecho, sin verse obligados a pagar por ellos dos veces. Para decirle a sus gobiernos que su modelo no funciona para ellos y que ellos son la mayoría, son los que existen de verdad y que no se van a suicidar para que su modelo funcione. Para decirles que su modelo está muerto; que hay que hacer algo distinto y crear países donde quepamos todos.

Y ahora ¿qué va a suceder?

     Está claro; el neoliberalismo ha muerto; lo acribilló el voto por el Brexit y lo aniquiló el voto por Trump. Las reglas del juego van a cambiar aunque los gobiernos del mundo occidental tarden en entenderlo y las corporaciones en aceptarlo. 
     Con la llegada de Trump, y dígase de paso, con la herencia de los gobiernos norteamericanos anteriores, la geopolítica ya cambió en el mundo con una alianza entre China y Rusia que presneta un equilibrio de poder diferente al que hemos vivido hasta hoy y, para desgracia de las simpáticamente pomposas oligarquías locales y sus excrecencias de políticos neoliberales, con un modelo económico para occidente más parecido a un neo-keynesianismo que a una variante revolcada del neoliberalismo financierista que depredó a la sociedad en el pasado inmediato.