Observamos la realidad desde la butaca que nos fue destinada para ello; sin embargo, generalmente no somos conscientes de que el universo ha preparado un espectáculo especial para cada uno de nosotros, que solamente puede percibirse desde esa ubicación particular que ocupa cada individuo.
Lo que vemos, oímos, tocamos, olemos, saboreamos, pensamos o sentimos solamente puede ser como es, desde la butaca de cada quién. Nadie más puede vivir esa experiencia en tiempo y forma idéntica a como la vive uno.
Nuestras opciones en este escenario son vastas. Podemos decidir ignorarlo y recordar el pasado o imaginar el futuro; podemos juzgar a los demás porque no perciben la realidad como lo hacemos nosotros; podemos tratar de convencer, y hasta intentar obligar a otros a ver lo que yo veo, a sentir lo que yo siento y, hasta a hacer lo que yo quiero.
Así es la libertad que nos da la realidad para percibirla como decidamos hacerlo; al final, esa decisión también es parte de la experiencia, privada e individual, configuarada para cada persona por la inteligencia cósmica.
Esa alternativa libre de decidir la creación de una realidad individual a través de nuestra propia percepción nos dota de la capacidad de prestar atención a voluntad, y esa voluntad de prestar atención a una cosa u otra, construye la experiencia que vivimos en cada momento de nuestra existencia.
Lo más sorprendente es que no importa hacia dónde nuestra voluntad decida poner atención, mientras estamos en la butaca que nos tocó dentro de este majestuoso teatro cósmico, el singular espectáculo que se ofrece a nuestros sentidos continúa desarrollándose sin detenerse un sólo segundo.
Al final, es nuestra libre decisión participar en él, atendiendo conscientemente la maravillosa puesta en escena que el cosmos se ha tomado la molestia de preparar para que lo hagamos, así como lo es también permanecer en el teatro ignorando su existencia, como si eso detuviera la función.